jueves, 27 de mayo de 2010

Subalternidad


Por Diego del Pozo

En la novela La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo ronda constantemente un nihilismo por la vida, tanto por parte del narrador como de los sicarios. La violencia y el trato con las armas es visto de manera tan natural, que el día a día se convierte en un constante sobrevivir más que vivir meramente. De esta manera la realidad literaria expresada configura un mundo donde la felicidad es algo superficial, la carencia de utopías y de un atisbo de proyección temporal, siquiera la existencia de planificaciones personales, convierten al Medellín descrito por Vallejo en una especia de infierno sepulcral, un gran cementerio donde todos morirán a corto plazo.

A pesar de que esta violencia a disminuido desde que los jefes del narcotráfico fueron apresados o asesinados, la mirada que se deja ver desde la novela es la de un lugar sin esperanzas, dónde la violencia es tal que comienza a ser anecdótica. La ciudad es en definitiva un nicho de violencia y muerte.

La subalternidad es representada principalmente en dos aspectos: primero por supuesto la ya mencionada violencia, que inevitablemente configura un ambiente marginal, de características que lo aíslan de lo común dentro de la sociedad colombiana. Es así como todo lo que sucede en este sector perteneciente a los cerros que colindan con Medellín, es parte de una sociedad marginal y por ende subalterna. Y El segundo aspecto que marca el discurso del otro es el vocabulario utilizado por Vallejo al referirse a cómo se comunicaban con un lenguaje propio los sicarios, y a la vez a gente que vive con ellos. Los códigos, que son definidos por el narrador como particulares, son también un lenguaje proveniente de la subalternidad, es además de otra mera de referirse a ciertos términos, una manera de marcar la diferencia entre el Medellín de abajo, que vive como ciudad, y el Medellín de los cerros que vive en la marginalidad, incluso con leyes darwinianas que sobrepasan a las de la ley colombiana.

Así entonces la subalternidad está marcada por el aspecto marginal de la condición vital de los sicarios, que va desde su condición de seres vivos en lucha por la vida, pero conscientes de su efímera estadía acá, y por otro lado lo subalterno está guiado al espacio que condiciona su lenguaje, donde la muerte, y la posibilidad de matar a cualquiera es un posible, y un hecho cotidiano, por lo tanto la comunicación entre ellos pertenece también al lenguaje de la subalternidad.


Todo cine es ficción. Sin importar las pretensiones documentalistas que pueda tener un filme, siempre que se observa a través del lente de una cámara la subjetividad está presente y así también la ficción. Incluso en el momento que la película entra a la sala de montaje la ficción está más viva que nunca.

En este caso particular, debido a la realidad pretendida por el trabajo de la cámara en mano, lo cual le da un movimiento mimético al ojo humano, en conjunto con a textura digital, el montaje directo con cortes bruscos, la carencia de elipsis temporales, y el contraste lingüístico que se genera con el dialecto hablado por los personajes, probablemente La vendedora de rosas pertenezca con mayor autoridad al discurso subalterno que Cidade de Deus.

Ambas películas recogen una temática de la marginalidad de los respectivos países, sin embargo las propuestas estéticas son tangencialmente diferentes. Mientras La vendedora de rosas rescata una estética documentalista, que abarca un periodo de tiempo relativamente corto (tres días aproximadamente) lo cual lo acerca a una gran verosimilitud, además de la crudeza de las imágenes y el lenguaje completamente perteneciente a la marginalidad. Por otro lado Cidade de Deus se identifica más con un cine participativo del lenguaje cinematográfico de la academia. Los saltos temporales, la narratividad exclusiva en manos de un narrador, la inserción de una cámara de fotos como objeto de unión a través de los años, el quemado excesivo de algunos colores que emula la estética de la diapositiva presente en algunas secuencias y el humor presente a ratos en algunos personajes, hacen que el discurso de la subalternidad se encuentre con menor fuerza.

A pesar de que ambos filmes tienen subyacentemente un fin denunciador, el grado estético que toma la mirada brasilera lo mantiene muy cerca de una representación artística donde se deja ver una gran producción atrás, incluso al reconocer a actores de fama mundial (Seu Jorge) en papeles que pretenden ser marginales. De esta forma aunque Cidade de Deus pretende revivir un momento histórico dentro de las favelas cariocas, su juego es a ratos tan grande que se alea de el propósito comentado en un principio. En cambio, la mirada colombiana sobre la vida marginal, presente en La vendedora de rosas es indiscutiblemente más cruda, esto sucede incluso más allá del análisis técnico de la imagen, sino también con las empatía del espectador, si no fuese por algunos planos subjetivos que representan las alucinaciones de los niños que han aspirado pegamento, el filme estaría completamente dentro del discurso documental, o del tan en boga falso-documental, así la pretensión de denunciar una realidad se hace más presente en la mirada colombiana.

Dentro de la discusión de géneros, ambos al parecer comparten una voz dentro del discurso subalterno. Es posible sin embargo que debido a la caída de los capos de la mafia colombiana, el sicariato pierda fuerza, a diferencia de las favelas que cada día aumentan su tamaño. Sin embargo, como géneros representativos de realidades pertenecientes a la marginalidad, las dos corrientes tienen con todo derecho un discurso claro. El reclamo y la denuncia, dentro de ambos géneros funcionan como un método de atentar contra el canon de la mirada tanto literaria, como cinematográfica, como extra artístico, la denuncia desarrollada en ambos géneros en este caso, se eleva por sobre la mirada académica y cumple un fin propulsor donde la representación llega a todos los espectadores o lectores, cumpliendo así el rol de la voz del subalterno que vive en la favela o participa de la realidad del sicario.

Finalmente más importante que la calidad estética de cada uno de los filmes, o la vanguardia narrativa que marquen las novelas, estos género cumplen una labor sin duda, superior, y esta es participar de aquel discurso que nunca ha sido escuchado, es la voz de los que nunca han tenido oportunidad de pronunciarse, es sin duda la representación de la subalternidad.

Solo queda una pregunta dando vueltas ¿es válido que la voz del subalterno provenga de un espacio que no es precisamente marginal como el cine o la literatura? Lo es ya que el método de propagación no debería (en este caso) afectar la realidad del discurso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario